domingo, 14 de julio de 2024

Columna: "La dama de la sombrilla" - El Perú entre el fujiqueo/terruqueo y la desesperanza

 Por Ángel H.

Al promediar las 10:42 de la mañana observé en una publicación en X (Twitter para los amigos): “Que haces para combatir el narcofujimontesinismo terrorista genocida fujikk”. Es evidente que, al ver dichas palabras, me entrara al recuerdo una expresión usada por activistas de izquierda tiempo atrás durante las protestas contra Dina Boluarte: el terruqueo.

Según lo expresado por el sitio terruqueo.pe (de Aprodeh), el terruqueo es una forma de invalidación mediante la acusación de terrorista a una persona o demanda en específico para el mantenimiento del modelo neoliberal. De esta forma, los activistas de izquierda argumentan que el terruqueo es un arma de desprestigio, un macartismo a la peruana contra líderes sociales y las masas populares que reclaman derechos, en especial si dichas personas son de origen andino. Sin embargo, la realidad peruana es flexible y diversa, escapando de los análisis cerrados de ciertos sociólogos y colectivos con intereses específicos.

El acto de “terruquear”, dicha de esa forma, no es un acto circunscrito a determinadas élites ni a un determinado sector ideológico. Es más, el terruqueo es una práctica transversal usada como arma arrojadiza tanto por derechistas como izquierdistas, en donde ambos sectores proclaman tener la moral suficiente para juzgar al otro bando y sentenciar a sus pertenecientes, desde la generalidad, como terroristas. Incluso, la izquierda cae, además, en la práctica del fujiqueo, un acto que se explicará más adelante a detalle.

Partamos de una verdad: Sendero Luminoso y el MRTA fueron derrotados en el campo militar más no en el campo político-ideológico. Pretender, como hacen los derechistas, que ambas facciones subversivas fueron completamente derrotadas en los años 90 trae consigo una contradicción cuando luego los mismos derechistas hablan de activistas del MOVADEF o del Frente Democrático del Pueblo: fueron o no fueron derrotados, lo que lleva a los izquierdistas proclamar con sorna que aquellos viven con el fantasma del terrorismo a cuestas o que usan el terruqueo como distracción o desprestigio. El hecho es simple: Sendero Luminoso y el MRTA fueron derrotados en su praxis militar, aplastadas sus acciones terroristas por las Fuerzas Armadas, la Policía, los Comités de Autodefensa y la ciudadanía. Con algunos excesos, es cierto. Pero ambas no fueron derrotadas en lo político-ideológico, en especial Sendero Luminoso. Cuando Abimael Guzmán fue presentado tras su captura, él mismo proclamó que su captura solo era un “recodo en el largo camino de la victoria”. En línea a lo dicho, los senderistas que se mantuvieron fieles a Guzmán pasaron de la “lucha política” con armas a la “lucha política” sin armas a través del llamado “Acuerdo de Paz” planteado por el mismo Guzmán, sin dejar de lado retomar las armas cuando las condiciones se le presentaban favorables. He aquí, entonces, el quid de la cuestión de tanta opacidad: el Estado se concentró en derrotar a los terroristas que se opusieron a dejar las armas y dejó en la nebulosa a los que, siguiendo lo establecido por Guzmán, realizaban acciones para reorganizar su organización y conformar una nueva cúpula dirigencial. De esta manera, los senderistas acuerdistas fundaban organizaciones como el MOVADEF o realizaban acciones de infiltración en protestas u organizaciones sociales. Dichas acciones de infiltración en protestas, que ni derechistas ni izquierdistas supieron abordar de forma adecuada, resultó en beneficio de los mismos infiltrados: los derechistas, amparados en informes de inteligencia, generalizando a los protestantes como subversivos (cuando eran determinados azuzadores o colectivos) y los izquierdistas, victimizando, en general, a los protestantes mientras enarbolaban el término “terruqueo” y blanqueaban, en el proceso, a los mismos senderistas y/o emerretistas infiltrados, quienes ganaban pulso en las masas populares y estrechaban lazos con colectivos ajenos a su línea gracias a que se podían presentar como injustamente señalados. Viendo lo anterior, se puede, y debe, criticar a los derechistas su falta de tacto en lo comunicativo y la generalización a partir de lo particular permitiendo, con ello, que elementos subversivos se blanqueen por mera victimización; y a los izquierdistas por su falta de autocrítica y cerrazón frente a evidencias de infiltrados.  

Y aunque se suele señalar el fenómeno del terruqueo como una herramienta derechista, en realidad los izquierdistas también recurren a dicha herramienta como es el caso del terruqueo a las Fuerzas Armadas o a la Policía a quienes señalan como “terroristas de Estado” o simples “terroristas”. Este tipo de terruqueo, huelga decir muy invisibilizado, pero presente como fuerza de agitación y propaganda, sirve para señalar a las fuerzas del Estado como los “otros anti-Pueblo”. Adicionalmente, los izquierdistas suelen caer en el fujiqueo, una práctica usual que a veces fusionan con el terruqueo.

Pero, ¿qué sería el fujiqueo? El fujiqueo, al igual que el terruqueo, es un acto de invalidación. Al ser el fujimorismo un movimiento relacionado a sonados escándalos de índole diversa, señalar a una persona de ser fujimorista, a pesar de no serlo, sirve no solo para invalidar su opinión sino también para cargar sobre él el estigma de una persona “defensora de corruptos” o “aliado de corruptos”. Términos como fujitroll, fujitaper, fujikk, etc., ya no se centran en una discusión informal para señalar a obvios fujimoristas, sino que se ha extendido para atacar a cualquiera que ose cuestionar las posiciones y relatos de sectores de izquierda o caviar. De esta forma, el prefijo fuji- se ha convertido en una herramienta arrojadiza de estigmatización y bienquedismo social, donde las personas son señaladas de ser fujimoristas, aunque no lo sean, o se arman antojadizos relatos de conspiración en la cual todos son sirvientes de la “Señora K”. Un ejemplo clásico y de los últimos tiempos es el famoso “fujicerronismo” que Vladimir Cerrón tuviera que salir a desmentir como un obvio invento caviar en base al cherry picking.

Es obvio, por tanto, que vivimos en tiempos polarizados. El antifujimorismo ha desembocado en una especie de esquizofrenia colectiva donde el fujiqueo prima a su antojo en defensa cerrada de determinados personajes a los que ven como héroes mientras el terruqueo se ha convertido en un duelo de tuertos. Todo ello mientras derechistas como izquierdistas se refugian en sus relatos escapando de la realidad nacional, que clama atención de manera urgente. Enceguecidos en sus cámaras de eco, de odio y de pasiones, condenan al país a la indecisión y la desesperanza. El asno de Buridán debe decidir o buscar una salida para no morir. 



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