Por Ángel H.
Al promediar las 10:42 de la mañana observé en una publicación en X
(Twitter para los amigos): “Que haces para combatir el narcofujimontesinismo
terrorista genocida fujikk”. Es evidente que, al ver dichas palabras, me
entrara al recuerdo una expresión usada por activistas de izquierda tiempo
atrás durante las protestas contra Dina Boluarte: el terruqueo.
Según lo expresado por el sitio terruqueo.pe (de Aprodeh), el terruqueo es
una forma de invalidación mediante la acusación de terrorista a una persona o
demanda en específico para el mantenimiento del modelo neoliberal. De esta
forma, los activistas de izquierda argumentan que el terruqueo es un arma de
desprestigio, un macartismo a la peruana contra líderes sociales y las masas
populares que reclaman derechos, en especial si dichas personas son de origen andino.
Sin embargo, la realidad peruana es flexible y diversa, escapando de los
análisis cerrados de ciertos sociólogos y colectivos con intereses específicos.
El acto de “terruquear”, dicha de esa forma, no es un acto circunscrito a
determinadas élites ni a un determinado sector ideológico. Es más, el terruqueo
es una práctica transversal usada como arma arrojadiza tanto por derechistas
como izquierdistas, en donde ambos sectores proclaman tener la moral suficiente
para juzgar al otro bando y sentenciar a sus pertenecientes, desde la
generalidad, como terroristas. Incluso, la izquierda cae, además, en la
práctica del fujiqueo, un acto que se explicará más adelante a detalle.
Partamos de una verdad: Sendero Luminoso y el MRTA fueron derrotados en el
campo militar más no en el campo político-ideológico. Pretender, como hacen los
derechistas, que ambas facciones subversivas fueron completamente derrotadas en
los años 90 trae consigo una contradicción cuando luego los mismos derechistas
hablan de activistas del MOVADEF o del Frente Democrático del Pueblo: fueron o
no fueron derrotados, lo que lleva a los izquierdistas proclamar con sorna que
aquellos viven con el fantasma del terrorismo a cuestas o que usan el terruqueo
como distracción o desprestigio. El hecho es simple: Sendero Luminoso y el MRTA
fueron derrotados en su praxis militar, aplastadas sus acciones terroristas por
las Fuerzas Armadas, la Policía, los Comités de Autodefensa y la ciudadanía.
Con algunos excesos, es cierto. Pero ambas no fueron derrotadas en lo
político-ideológico, en especial Sendero Luminoso. Cuando Abimael Guzmán fue
presentado tras su captura, él mismo proclamó que su captura solo era un
“recodo en el largo camino de la victoria”. En línea a lo dicho, los
senderistas que se mantuvieron fieles a Guzmán pasaron de la “lucha política”
con armas a la “lucha política” sin armas a través del llamado “Acuerdo de Paz”
planteado por el mismo Guzmán, sin dejar de lado retomar las armas cuando las
condiciones se le presentaban favorables. He aquí, entonces, el quid de la
cuestión de tanta opacidad: el Estado se concentró en derrotar a los
terroristas que se opusieron a dejar las armas y dejó en la nebulosa a los que,
siguiendo lo establecido por Guzmán, realizaban acciones para reorganizar su organización
y conformar una nueva cúpula dirigencial. De esta manera, los senderistas
acuerdistas fundaban organizaciones como el MOVADEF o realizaban acciones de
infiltración en protestas u organizaciones sociales. Dichas acciones de
infiltración en protestas, que ni derechistas ni izquierdistas supieron abordar
de forma adecuada, resultó en beneficio de los mismos infiltrados: los
derechistas, amparados en informes de inteligencia, generalizando a los
protestantes como subversivos (cuando eran determinados azuzadores o
colectivos) y los izquierdistas, victimizando, en general, a los protestantes
mientras enarbolaban el término “terruqueo” y blanqueaban, en el proceso, a los
mismos senderistas y/o emerretistas infiltrados, quienes ganaban pulso en las
masas populares y estrechaban lazos con colectivos ajenos a su línea gracias a
que se podían presentar como injustamente señalados. Viendo lo anterior, se
puede, y debe, criticar a los derechistas su falta de tacto en lo comunicativo
y la generalización a partir de lo particular permitiendo, con ello, que
elementos subversivos se blanqueen por mera victimización; y a los
izquierdistas por su falta de autocrítica y cerrazón frente a evidencias de
infiltrados.
Y aunque se suele señalar el fenómeno del terruqueo como una herramienta
derechista, en realidad los izquierdistas también recurren a dicha herramienta
como es el caso del terruqueo a las Fuerzas Armadas o a la Policía a quienes
señalan como “terroristas de Estado” o simples “terroristas”. Este tipo de
terruqueo, huelga decir muy invisibilizado, pero presente como fuerza de
agitación y propaganda, sirve para señalar a las fuerzas del Estado como los
“otros anti-Pueblo”. Adicionalmente, los izquierdistas suelen caer en el
fujiqueo, una práctica usual que a veces fusionan con el terruqueo.
Pero, ¿qué sería el fujiqueo? El fujiqueo, al igual que el terruqueo, es un
acto de invalidación. Al ser el fujimorismo un movimiento relacionado a sonados
escándalos de índole diversa, señalar a una persona de ser fujimorista, a pesar
de no serlo, sirve no solo para invalidar su opinión sino también para cargar
sobre él el estigma de una persona “defensora de corruptos” o “aliado de
corruptos”. Términos como fujitroll, fujitaper, fujikk, etc., ya no se centran
en una discusión informal para señalar a obvios fujimoristas, sino que se ha
extendido para atacar a cualquiera que ose cuestionar las posiciones y relatos
de sectores de izquierda o caviar. De esta forma, el prefijo fuji- se ha
convertido en una herramienta arrojadiza de estigmatización y bienquedismo
social, donde las personas son señaladas de ser fujimoristas, aunque no lo
sean, o se arman antojadizos relatos de conspiración en la cual todos son
sirvientes de la “Señora K”. Un ejemplo clásico y de los últimos tiempos es el
famoso “fujicerronismo” que Vladimir Cerrón tuviera que salir a desmentir como
un obvio invento caviar en base al cherry picking.
Es obvio, por tanto, que vivimos en tiempos polarizados. El antifujimorismo
ha desembocado en una especie de esquizofrenia colectiva donde el fujiqueo
prima a su antojo en defensa cerrada de determinados personajes a los que ven
como héroes mientras el terruqueo se ha convertido en un duelo de tuertos. Todo
ello mientras derechistas como izquierdistas se refugian en sus relatos
escapando de la realidad nacional, que clama atención de manera urgente.
Enceguecidos en sus cámaras de eco, de odio y de pasiones, condenan al país a
la indecisión y la desesperanza. El asno de Buridán debe decidir o buscar una
salida para no morir.